Ambientada en Buenos Aires, la historia sigue a la Dra. Lucía Herrera (interpretada con una precisión cautivadora por Dolores Fonzi), una neurocientífica brillante pero emocionalmente reprimida que estudia los límites de la consciencia y la reconstrucción de la memoria. Su vida personal es un laberinto de espejos: un hermano desaparecido, una serie de lagunas mentales y símbolos extraños que aparecen en sus notas, que no recuerda haber escrito.

Cuando llega un paciente con síntomas idénticos (alucinaciones, flashbacks fragmentados y una voz que habla en el dialecto de la infancia de Lucía), la línea entre el médico y el sujeto comienza a difuminarse. Lo que sigue es un descenso vertiginoso hacia la locura, a medida que Lucía descubre que su propia investigación podría estar vinculada a experimentos de control mental financiados por el gobierno en la Argentina posdictadura.

Materia Gris no es una película para impacientes. Es una película de ritmo lento que recompensa la atención con momentos de revelación pura y escalofriante. La narrativa se pliega sobre sí misma, con reminiscencias de Memento y Cisne Negro, pero con un marcado sabor latinoamericano, rico en subtexto político, trauma familiar y silencio heredado.

El director de fotografía Andrés Caballero baña cada fotograma con una luz fría y sombras difusas. Las tomas largas, los espejos distorsionados y los monitores CRT parpadeantes hacen que la película se sienta futurista y atrapada en el pasado. La banda sonora —toda piano minimalista y reverberaciones metálicas— es tan inquietante como hipnótica.

Pero es Fonzi quien lleva la película a la brillantez. Su interpretación de Lucía es compleja, cruda y silenciosamente aterradora. A medida que empieza a perder el control de su mente, empezamos a cuestionar todo lo que vemos y todo lo que le habíamos confiado.